miércoles, 27 de junio de 2012

Iuvenili quadam dicendi impunitate

   "Con una libertad de palabra propia de la juventud", así se presentó un joven Cicerón ante quien sería su maestro en la isla griega de Rodas; y parece que Apolonio Molón (así se llamaba el célebre retórico), limó y puso freno a ese exceso juvenil del romano, haciendo que la sobriedad y la mesura caracterizaran su estilo a partir de entonces. Lo cierto es que cuando Molón escuchó a Cicerón no pudo menos que lamentar la suerte de Grecia, pues entendió que los únicos bienes que aún le quedaban -la educación y la palabra-, con el arpinate pasaban también a los romanos.
   Usando de la educación y de la palabra, y con una dicendi impunitas  similar, con la vehemencia y el idealismo que acompañan siempre a los jóvenes y que tristemente después se pierden en el camino, así habló Bruno el pasado 19 de junio en la Biblioteca Menéndez Pelayo ante profesores, amigos y familia, defendiendo el valor que para esta sociedad tienen unos estudios que a muchos nos hacen felices y a todos nos hacen mejores.
  Aquí quedan sus palabras. Que nada ni nadie pongan freno a su entusiasmo.
                               
Buenas tardes, hoy con este discurso no quiero jactarme de mi triunfo, ni decir banalidades, ni perderme por los caminos de la tan amada por Cicerón retórica, que conducen a destinos inciertos. Quiero hablar claro y con ello, mostrar a todo aquel que lo quiera oír, la importancia que ha cobrado en mi vida el latín, la importancia de esta multifacética lengua, una importancia que no sólo me afecta a mí o a todos los aquí presentes, una importancia de la que la sociedad indudablemente se tiene que hacer eco.
    En primer lugar antes de nada me gustaría agradecer a la Sociedad Española de Estudios Clásicos por haberme brindado la oportunidad de poder participar no sólo en el Certamen Ciceronianum, sino también en la Prueba Nacional de Griego. Además me gustaría también dar especialmente las gracias a la Sociedad Menéndez Pelayo, que ha sido la responsable de que yo pudiera vivir esta experiencia única gracias a la subvención que otorga al vencedor del Certamen Ciceronianum en la sección de Cantabria, subvención que ojalá se siga manteniendo durante mucho tiempo, pues realmente merece la pena vivir este tipo de experiencias que acentúan y consiguen que sea mayor tanto el conocimiento del Latín como las ganas de seguir estudiándolo, así como dan una oportunidad para conocer personas que tienen unas preocupaciones y unos gustos parecidos a los tuyos.
    Pero la participación en este Certamen tiene un trasfondo mucho mayor que el de un examen o un premio. La participación en este Certamen se debe a la gran pasión que despertaron dentro de mí el Latín y la cultura latina. Mi visión del latín se ha ido transformando en un breve lapso de tiempo. Primero, era un completo desconocido, algo que obviaba, algo que, por ignorancia, consideraba de escaso interés. Tras esto comencé a sumergirme en las corrientes tanto latinas como griegas y empezó a cambiar esta concepción, el Latín se mostró ante mí como un juego, un juego en el que se aprendían las reglas y a base de experimentar y experimentar, se conseguía desentrañar el misterio encerrado en cada letra de cada texto, un juego en el que la sintaxis se convertía en el mayor aliado, un juego en el que sin apenas darme cuenta, me había convertido en un jugador más. Pero el juego dejó de ser un juego. El juego se tornó en necesidad, la necesidad de traducir, de descifrar, de analizar, de alcanzar un conocimiento del latín mayor, en definitiva, de adentrarme más profundamente en las vicisitudes de esta hermosa lengua.
    Y así decidí prepararme para este Certamen, un hecho que fue la culminación de un gran trabajo de documentación y traducción. La preparación conllevó muchas horas dedicadas y mucho esfuerzo empleado, muchos sacrificios y muchos más beneficios, muchos desamores y muchas reconciliaciones con el Latín. Todos los pros y los contras obtuvieron finalmente su recompensa y conseguí ganar este Certamen. Pero eso no quiere decir que sea el mejor o el más listo, para nada. No me puedo olvidar de los duros rivales que tuve, Guillermo, Pablo, a la vez rivales y amigos, que habían seguido de la misma forma que yo la ardua senda preparatoria para este examen, y que habían luchado para conseguir su objetivo, presentando unas credenciales tan firmes como las mías.
    Pero el ya citado arduo camino preparatorio finalmente me hizo también alcanzar la última etapa de mi concepción del latín, mi concepción actual, el Latín como método de cura para esta sociedad indudablemente enferma. Este idioma nos otorga muchas y diversas cualidades: como acción más inmediata, el aprendizaje del Latín acentúa el entendimiento de nuestra propia lengua y también de distintas lenguas, al ser la lengua madre de todas las romances. Además, la necesidad en ciertos momentos de la traducción de buscar sinónimos o de emplear un determinado sintagma hace que el conocimiento del léxico de nuestra propia lengua sea mayor. Pero no solo eso, sino que también el ejercicio lógico desempeñado en el descifre de la lengua latina y de su sintaxis hace que nuestra capacidad de raciocinio aumente considerablemente, incrementando nuestra habilidad y rapidez mental. Por último, conocer el Latín te permite dar una propia interpretación sobre lo que dijeron los clásicos, no accedes a una traducción, sino que das la tuya propia, pudiendo conocer en primicia un texto que cobra vida haciendo que tus sentimientos fluctúen conforme fluctúan las ideas del texto, aceptándolas o rechazándolas, y finalmente, haciendo cristalizar una nueva visión tanto de ti mismo como del mundo que te rodea.
    Todas estas reflexiones me llevan inexorablemente a preguntarme diversas cuestiones, ¿por qué el Latín se obvia tanto en la sociedad? ¿Por qué somos tan pocos en este pequeño pero interesantísimo mundo latino? La respuesta a ambas preguntas es bastante clara. Porque tristemente dependemos de una economía basada en la adoración del dinero, aunque ello implique la pérdida absoluta de ya no sólo el Latín, sino de diversos métodos que incrementan nuestras posibilidades intelectuales. Ante esta caza que están sufriendo las Humanidades, sólo podemos tomar una decisión: acercar las culturas clásicas a la sociedad, mostrárselas cercanas y finalmente explicar a todo el mundo que el poder económico no es lo más importante, que el dinero es simplemente una representación, algo que desaparece con el tiempo, mientras que el aprendizaje se mantiene dentro de nosotros, ayudándonos a ser mejores personas.
    Por último y para acabar, quisiera agradecer a todas las personas que me ayudaron para conseguir mis metas. Sobre todo una mención especial a mi profesora Azucena, sin la que no podría haber conseguido absolutamente nada. Ella me mostró la senda y yo solo tuve que seguirla, tiene la misma culpa que yo o más de que finalmente haya alcanzado la meta. También a mis amigos Manuel y Saúl que me dieron la mano y me animaron a seguir siempre que tuve dudas o miedos. Y cómo no, a mi familia que también me dio todo su apoyo y cariño, y a mi madre, que luchó y luchó a pesar de todos los pesares y consiguió darme a mí y a mis hermanos una educación que considero digna de admiración.
    Por tanto, por todo lo dicho y aquí expresado, eventos como el Certamen Ciceronianum, son tan importantes para acercar a la sociedad las humanidades. Yo puedo asegurar sin dudar que haré todo lo posible por defender la cultura clásica y expandirla todo lo que pueda. Así, la sociedad conseguirá despertar de este letargo que poco a poco la está consumiendo y seguirá la senda correcta para formar un mundo mejor, más justo y feliz. Muchas gracias.