miércoles, 2 de noviembre de 2011

El rey Midas entre Apolo y Marsias

Entre los textos de Higino encontramos fragmentos de la leyenda del rey Midas, un personaje al que todos conocemos por las terribles consecuencias que tuvo su desmesurada codicia. Parece que fue un rey que gobernó Frigia (antigua región de Asia Menor que ocupaba la mayor parte de la península de Anatolia) a finales del siglo VIII a. C. Mencionado ya por el historiador griego Herodoto, pronto se hizo protagonista de varias leyendas. Tal vez la más conocida sea la que habla de su especial afición al oro. En efecto, en los textos 7 y 8 de nuestra selección se nos contará esta historia, que también relata Ovidio en sus "Metamorfosis": Sileno, el viejo sátiro, divinidad menor de la embriaguez y miembro del cortejo que acompañaba al dios Baco (o Dioniso, o Liber, "el liberador"), atontado por el vino se quedó dormido y se perdió.

Unos campesinos lo encontraron y lo llevaron ante el rey Midas, quien, al reconocerlo, lo recibió con grandes honores y se lo devolvió a Dioniso. Este, agradecido, le ofreció realizar el deseo que formulase: Midas pidió que todo lo que tocase se convirtiera en oro. Pronto vió las consecuencias de su codicia, pues al querer llevarse a la boca un trozo de pan, éste se convirtió en oro, igual que el vino que intentaba beber. Hambriento y muerto de sed, Midas suplicó a Dioniso que le retirase tan funesto don. El dios le dijo que se lavara en las aguas del río Pactolo. De esta manera Midas quedó libre, pero las aguas del Pactolo se llenaron de trocitos de oro.

  Pero, a pesar de ser el episodio más conocido de su leyenda, no es el único que protagonizó este rey frigio. Parece que caminando por el monte Tmolo, se topó con una curiosa escena: Apolo y Marsias se enfrentaban en un concurso musical. Al dios Apolo ya lo conocemos  y sabemos que nadie le superaba en el arte de la lira. Marsias era un sátiro, igual que el viejo Sileno, y como él, una criatura dionisíaca, de carácter desenfadado, festivo y, a menudo, violento. Era un experto tocando el "aulos", la flauta doble, y con ella se atrevió a desafiar a Apolo y a su lira. Apolo aceptó el reto con la condición de que el vencedor tuviera plena libertad para tratar al vencido a su antojo.
Parece que en el primer enfrentamiento Apolo no fue el claro vencedor, por lo que desafió a Marsias a tocar el instrumento en posición invertida, como lo hacía él con la lira. Tmolo, el dios de la montaña que lleva su nombre, declaró vencedor a Apolo. Es entonces cuando Midas, sin que nadie pidiese su opinión, afirmó que la sentencia le parecía injusta: Apolo, irritado, hizo que le creciesen a ambos lados de la cabeza un par de orejas de burro, orejas que tuvo que esconder bajo una tiara. Sólo su peluquero conocía el secreto, que acabó revelando a la Tierra, tras hacer un agujero en el suelo.

  Pero ¿qué fue de Marsias? Apolo castigó con crueldad su hybris:lo colgó de un pino y lo desolló vivo. Este tema ha sido motivo de numerosas obras de arte, en las que se representa a Apolo castigando con sus propias manos a Marsias, que se retuerce en gesto de dolor. Os dejo algún ejemplo. El primero es de Giulio Carpioni, y en él también aparece el rey Midas, ya con sus orejas de burro.















El segundo cuadro es de José Ribera,  pleno Barroco, y en él destaca el pronunciado escorzo de la figura de Marsias, que recuerda al "Martirio de San Pedro" de Caravaggio que vimos en Roma en Santa Maria del Popolo, ¿os acordáis?: su gesto de dolor, el evidente naturalismo y el realismo de la anatomía.


El último, también muy expresivo, es de Luca Giordano, otro pintor barroco. Y, al lado, un sello griego del año 1985 en el que se representa a los dos personajes ejecutando su música.
                                                                                       


En cuanto a lo que hay detrás del mito de Apolo y Marsias, parece evidente que nos habla del enfrentamiento entre lo apolíneo y lo dionisíaco,  dos impulsos antagónicos presentes en la naturaleza humana de los que habló Nietzsche. El impulso dionisíaco nos mantiene vinculados con el origen de la vida, nos fusiona con todos los seres vivos, hace que desaparezcan la individualidad y la racionalidad, lo instintivo e irracional afloran con total desinhibición. El impulso apolíneo es el que nos lleva a establecer límites, a poner orden, a analizar y pensar de manera razonada. Es el que hace que surja el individuo.